miércoles, 10 de julio de 2013

A trabajar mis queridas obreras.

Mis canciones de primavera sin derechos de autor.


He decidido escribir otra columna para ustedes que viven tan mortificadas, no las culpo, vivir el día a día en sus zapatos de’ La Bodega del Baratón’ o ‘Calzatodo’ debe ser extenuante.

Ustedes los pobres son admirables ¿Sabían? Se levantan de lunes a sábado a las 5:00 am a meterse a trancazos un desayuno a medio preparar porque están de afán.
Siempre comen lo mismo, huevo, pan, café y el día que tienen suerte, se comen medio pastel de La Locura que guardaron del día anterior y que calentaron en una parrilla para arepas.

Se meten a darse una ducha helada, aún lagañosos y somnolientos. Y es que los despierta es un corrientazo de agua que les baja por la espalda, recordándoles que no tienen agua caliente, ya sea porque no les alcanza para el calentador o porque la factura del gas los dejaría en la ruina.



Salen del baño y tienen que vestirse con sus camisas o blusas de polyester marca ‘Carriel’ o ‘SÍ’ y pantalones de paño, que por cierto son feísimos, con ese par de rayas que bajan por la bota. Y si son de  mujer, no tienen bolsillos, como quien dice, para que no se roben nada de la utilería que les dan al momento de ejercer sus cargos como secretarias o recepcionistas.

Se ponen unos zapatos de material, que les sacan llagas y juanetes, que están llenos de marcas porque se les doblan en las puntas y a medio desteñir porque el bus los deja a unas cuantas cuadras de la empresa y como ha llovido la noche anterior, se les cae el betún.

Terminado este incómodo y deprimente ritual  pre-laboral, salen a la calle y ni siquiera el maldito sol se ha levantado, sólo se ven deambular gatos y los vigilantes en bicicleta con un silbato.

Acto seguido llegan a una estación de transporte público y si ustedes están jodidas, la vendedora de pasajes peor, porque ella está desde más temprano, contando monedas y separándolas por montoncitos de 10 de la misma denominación.
Les toca esperar de pie un cuarto de hora, y cuando por fin llega el bus, éste está tan lleno que hasta el chofer va parado.

Una vez adentro, les toca aguantarse de todo, que los empujen, los pisen, les froten el culo, que les hablen con mal aliento y que les apachurren la maleta y ustedes sólo piensan: “Me van a regar el almuerzo”

Después de 8 paradas, corren con la suerte de que la persona que iba sentada frente a ustedes se levanta para bajarse, y cuando aliviados se sientan, una anciana o una embarazada se monta y se les para al lado y como las sillas preferenciales ya están ocupadas, todo mundo voltea a mirarlos y en ese preciso instante una voz masculina dice: ¿Por qué no le da la silla a la señora? Y no les queda más, que amargadas y cansadas, mirer sonrientes y respondan: “Claro, venga siéntese mi señora.”

Después de hora y media llegan a su destino, pero ojo, no es su destino final, es donde tienen que hacer transbordo a un bus más pequeño y más congestionado que pasa cada 30 minutos y que si no luchan por montarse se quedan jodidas y claro, como ustedes son la burla de Dios, están en la parte de atrás de la larga fila.

Logrando haber abordado ese congestionado vehículo, arriban a su trabajo y cuando miran el reloj faltan 5 minutos, por lo que les toca correr, guardar el almuerzo en una nevera pequeña beige, marca Electrolux que huele a jugo de guayaba y lentejas y que no tiene luz, porque la empresa pensando en su economía, le quitó el bombillo.  

Se posicionan en sus puestos de trabajo y el tiempo empieza a correr lentamente, y llegadas las 8:00 am ya tienen hambre de nuevo, porque desayunaron muy temprano, pero jodidas, todavía faltan 4 horas para que puedan ir a almorzar.

La tortuosa mañana finaliza y al fin el medio día llega, así que como hormigas obreras, todas caminan rumbo a la nevera, a sacar sus almuerzos almacenados en tarros de detergente o mantequilla. La más pudiente, guarda sus alimentos en esas refractarias negras de tres pisos, que tienen una banda blanca entre cada nivel, son tan de mal gusto.
Calientan en un horno microondas que tiene pegada salsa de carne en bistec y arroces regados y de ahí, a los comedores, todo este trayecto ya les ha costado, por lo menos, de 15 a 20 minutos.

Cuando se sientan a comer, es cuando descubren que su olfato está cerca a ser tan desarrollado como el de un perro, sienten los aromas de la comida de todos y cada uno de sus compañeros, y aunque cabe destacar que el 80% está comiendo arroz, tajadas, huevo, lentejas o fríjoles y papas (la carne es opcional) la combinación de olores es nauseabunda.

A su izquierda tienen a una señora gorda a la que le suda al boso, a la derecha a algún asesor comercial que estuvo recorriéndose la calle bajo el sol y tiene húmeda la nuca y al frente se encuentran las mamás de la empresa, hablando sobre lo “audaces” que son sus hijos y cada vez que la chistosa del grupo dice alguna ocurrencia, todas se ríen con la boca llena.

Una vez satisfechos, guardan la cuchara (sí, porque ustedes no comen con tenedor, usan cuchara para que les quepa más en la boca) el recipiente sin lavar y corren a lavarse los dientes.

Ya de vuelta a sus puestos de trabajo, empieza el suplicio más grande del día. Y es que llega el sueño de la tarde, y el que no está cabeceando, está despierto porque ya le entraron ganas de defecar pero es intestino tímido y le da pena entrar al baño de la empresa. Claro, hay algunos de malas que están con sueño y ganas de entrar al baño, y esos son los que corren con peor suerte, porque bien saben que si llegan a tomar de ese café que está en la greca desde que empezaron turno, con tal de despertarse un poco ¡Se cagan!

Llega la hora de tomarse un descansito de 15 minutos a eso de las 4:00 pm. Algunos llaman a sus casas, otros corren a revisar su BlackBerry y otros se fuman un cigarrillito que intensifica nuevamente las ganas de defecar.

¡Por fin! El momento de irse ha llegado, pero esto no es tan bueno, porque la experiencia del transporte público se repite. Los empujones, los apretujones, la gente oliendo a sudor y esta vez hay dos “plus"

1. El tráfico

2. Una negra comiendo chontaduro con la boca abierta.


Cuando por fin están en sus casas, se dan cuenta que llegaron como salieron, cansados y sin la luz del sol. Y como si no hubiera sido suficiente trabajar 8 horas al día, tienen que llegar a atender a sus hijos, a escuchar a sus esposa/os y a preparar comida. Pero antes ¡Hay que hacer popis! Y no se explican si es por haber aguantado tanto tiempo o simplemente porque comieron mucho en la empresa, el bollo es tan grande que no saben si lo cagaron o lo parieron.

Terminaron de hacer, y ahora se toman una duchita para no acostarse pegachentos.
(Esto es para las mujeres) Y cuando ya todo parecía acabar, llegan a la habitación, y ahí está el esposo, tendido en la cama, con la sábana hasta la cintura y con una erección templa-carpas. Ustedes no saben si montarlo o acampar. Y con todo ese cansancio, tienen que soportar esa imagen que se hace más repulsiva con cada segundo que pasa. Ahí está, con una barriga que ha aumentado con el pasar de los años, ya no se depila y la habitación huele a pedo, que probablemente el muy cerdo se sabaneó. Las luces están encendidas, en la TV están dando la última narco-novela de la noche y el despojo de hombre está mirándolas fijamente con cara de depredador sexual.

5 minutos después han terminado de tener sexo y la experiencia fue poco menos traumática que una violación, pero como sus sueldos no les dan para mantener un hogar solas, sino que se comparten los gastos, pues toca, porque: “No vaya a ser que busque en la calle lo que no le dan en la casa” las abandone y las deje reportadas en data crédito, con el sueldo comprometido porque sacaron los electrodomésticos con las cooperativa de la empresa y para colmo de males, embarazadas.

Ahora sí, tanto hombres como mujeres, cansados, agarran el calendario, lo miran: Es lunes y faltan como 25 días para que les paguen.
Apagan las luces, le dan gracias a Dios, dizque porque el trabajo es una bendición y acto seguido le piden que les paguen el día anterior porque el día de pago cae un domingo.

Ahora sí, a dormir, que mañana la historia se repite.

Ustedes mis amores, se preguntarán ¿Finita por qué sabe todo esto?
No, no es que yo haya sido una asalariada como ustedes, ni mucho menos. Prefiero hacer pornografía con animales antes que tener que madrugar y usar el transporte público. Lo sé porque soy rica y tengo muchas empresas. Me divierto viendo cómo mis empleados sufren porque trabajan mucho y ganan poco, pero aun así, tienen que llegar todos los días con una sonrisa, fingir felicidad cuando me ven por los pasillos de la compañía y si me ven 30 veces en el día, 30 veces tienen que saludarme con gratitud. Todo esto pensando, que los tengo en cuenta para ascenderlos a un puesto mejor pago, pero la verdad es que para mí los pobres como los chinos, todos se parecen. Además que no tengo nunca en cuenta a nadie, porque sé muy bien que el que cumpla 40 años, lo despido “sin justa causa” ya que no pienso pensionar a nadie, así que mejor, que se queden en el cargo que están ocupando, porque para estar ascendiendo ancianos, mejor contrato practicantes universitarios que ya son profesionales, pero no tengo que pagarles porque les estoy haciendo un favor.

Mis preciosas. No siendo más me despido. Zenaida se está quedando dormida mientras le dicto qué escribir, y la verdad, yo también ya estoy cansada de pegarle en la nuca cada vez que cabecea.


Las quiero y mejor descansen, porque mañana más de una se acordará de mí.


Jamás suya.





Finita Ludwig de McPherson.

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